Mujeres que juzgan el trabajo: imparcialidad con rostro de experiencia
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Columna Horas Extras
Por Daniel Lee Vargas
Ciudad de México, 8 de mayo 2025.- En un país donde el trabajo digno aún se debate entre el derecho y la realidad, el papel de las mujeres como juzgadoras en los litigios laborales no solo es un avance institucional: es un acto de justicia histórica.
En cada audiencia, en cada sentencia, en cada valoración de prueba, las mujeres que imparten justicia laboral hacen mucho más que aplicar la ley. Su presencia rompe inercias, corrige omisiones, humaniza los procesos y, muchas veces, equilibra un sistema que por décadas ha favorecido la voz del poder sobre la del trabajo.
Durante demasiado tiempo, los conflictos laborales fueron leídos desde una perspectiva legalista, masculina, rígida, profundamente jerárquica. Los tribunales laborales —antes tripartitos, hoy judicializados— no solo reproducían desigualdades del mundo del trabajo, sino que las reforzaban.
En ese contexto, el ingreso de las mujeres al poder judicial laboral representa un cambio de paradigma: no porque el género garantice justicia por sí solo, sino porque aporta una sensibilidad forjada en la vivencia cotidiana de la desigualdad.
Y a propósito de las próximas lecciones en el Poder Judicial, la Doctora Carla Jiménez Juárez, candidata a Jueza de Distrito en Materia Laboral lo dice bien: “Es muy importante que el acceso a la justicia sea rápido para todas las personas, sin errores ni retrasos; porque es fundamental que los ciudadanos puedan resolver sus conflictos de una manera eficiente y efectiva, garantizando en todo momento los derechos fundamentales y laborales de todas las personas. Y para tal, también es relevante escuchar a la gente.
Las juzgadoras laborales no llegan con discursos vacíos. Muchas de ellas, afirma, conocen en carne propia lo que implica la brecha salarial, el techo de cristal, la carga del trabajo no remunerado, la violencia en el espacio laboral o el acoso institucional. Su mirada sobre los conflictos laborales no se limita al expediente: identifica estructuras, patrones y silencios que antes pasaban inadvertidos. Y eso transforma el juicio.
En un país donde las mujeres representan más del 40% de la fuerza laboral, pero son mayoría en los trabajos peor pagados y más informales, contar con juzgadoras comprometidas con la equidad no es un lujo: es una necesidad estructural. Ellas interpretan el derecho con enfoque de género, y eso significa no solo reconocer discriminaciones evidentes, sino también desmontar las sutiles: las que se camuflan en los procedimientos, en la carga de la prueba, en el lenguaje.
La reforma laboral que trajo consigo la creación de tribunales laborales del poder judicial fue una promesa de imparcialidad. Pero esa promesa solo se vuelve real cuando quienes juzgan lo hacen desde una comprensión profunda del conflicto social. En ese sentido, las mujeres juezas han sido un pilar silencioso pero determinante en la consolidación de este nuevo modelo.
No basta con ocupar espacios. Se trata de ejercerlos con independencia, integridad y perspectiva crítica. Por eso es tan relevante que las mujeres juzgadoras no sean vistas como excepción, cuota o adorno institucional, sino como parte de una transformación estructural de la justicia del trabajo. Porque cuando una mujer juzga con conocimiento, compromiso y perspectiva, el derecho deja de ser una herramienta fría, y se convierte en puente hacia la dignidad.
Hoy más que nunca, frente a la precarización, la subcontratación disfrazada y las nuevas formas de explotación, se necesita una justicia laboral con rostro humano. Y en ese rostro, cada vez con más fuerza, se dibuja la mirada decidida de una mujer que no solo escucha y resuelve, sino que comprende.
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