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En Chicago, frente a los niños maestra de guardería es arrestada con violencia

  • Foto del escritor: Cicuta Noticias
    Cicuta Noticias
  • hace 5 horas
  • 3 Min. de lectura

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Por Daniel Lee Vargas

Ciudad de México 7 de noviembre 2025.- Ocurrió este miércoles 5 de noviembre, muy temprano. Serían alrededor de las 7:05 a.m. en el centro infantil Rayito de Sol Spanish Immersion Early Learning Center, al noroeste de Chicago. La maestra colombiana Diana Patricia Santillana Galeano, fue arrestada con lujo de violencia por agentes del ICE frente a niños y padres aterrorizados.

Pareciera, -si se me permite- la postal de un sistema que ya no distingue entre delincuentes y trabajadores, entre amenaza y vocación, entre frontera y cuna.

En Estados Unidos, el miedo ya no toca la puerta: la derriba. Entra armado, con insignias federales, y convierte una guardería en campo de detención. Lo ocurrido en el centro infantil Rayito de Sol es el reflejo brutal de un país donde la política migratoria ha perdido toda noción de humanidad.

“¡Tengo papeles!”, gritó la maestra mientras dos agentes del ICE la inmovilizaban contra un automóvil. No era solo un grito de defensa personal; era un grito colectivo.

Porque en Estados Unidos, tener papeles ya no garantiza libertad, sino apenas una pausa entre redadas. La administración de Donald Trump —en su segundo mandato y con una política migratoria más agresiva que nunca— ha devuelto a las fuerzas de inmigración la licencia para el exceso.

Entrar armados en escuelas, hospitales o iglesias, lugares antes considerados “sensibles”, es ahora legal bajo la nueva orden presidencial. Lo que alguna vez se llamó protección civil se ha transformado en ocupación institucional.

Chicago, ciudad santuario, se ha convertido en escenario de una contradicción histórica: mientras su comunidad inmigrante sostiene los cimientos de la economía local —maestros, enfermeras, obreros, niñeras, repartidores—, el gobierno federal los persigue como si fueran infiltrados en su propio país.

Que un agente federal apunte un arma en un aula infantil no solo viola protocolos, sino la conciencia moral de una nación que se dice democrática. Lo ocurrido no se mide por un comunicado del DHS ni por la versión oficial de una persecución; se mide por el llanto de los niños, por el trauma que deja ver a una maestra —una figura de confianza y cuidado— reducida por la fuerza ante sus ojos.

El argumento de que “la sospechosa huyó hacia la guardería” no justifica nada. En todo caso, agrava el delito: ¿cuándo la pedagogía se volvió refugio? ¿Cuándo el aula se convirtió en guarida? Y más aún: ¿cuándo los migrantes dejaron de ser parte de la comunidad para convertirse en objetivos operativos? Detrás de cada redada hay un relato que el sistema intenta borrar: el de mujeres que educan, hombres que trabajan, niños que aprenden en un país que se alimenta de su esfuerzo mientras los llama “ilegales”. La hipocresía es la nueva doctrina de seguridad nacional.

El caso de Diana Santillana pone en evidencia un cambio estructural: la frontera ya no está en el Río Bravo, sino en cada puerta donde suene un golpe del ICE. Lo que antes se vivía en los desiertos del suroeste, hoy ocurre en los suburbios de Illinois. El miedo se ha descentralizado. La política migratoria de Trump no busca regular la movilidad humana; busca disciplinarla. Su objetivo no es detener migrantes, sino generar un ejemplo público de castigo, un recordatorio de quién tiene el poder de entrar, esposar y desmentir.

Para los migrantes mexicanos, el mensaje es inequívoco: nadie está a salvo, ni siquiera quienes han construido vidas legales y contribuyen con impuestos. La criminalización ya no depende del estatus migratorio, sino del perfil racial, del acento, del apellido. En esta nueva lógica, el latino educador o enfermero se convierte en “sospechoso potencial”. Lo que comenzó como política fronteriza se ha transformado en doctrina de control interno, y el resultado es un país fracturado donde el Estado actúa con la impunidad de quien ya no teme ser observado.

Trump prometió “seguridad fronteriza total”; lo que ha logrado es inseguridad total en la vida cotidiana. Y cada vez que una maestra como Diana es esposada frente a sus alumnos, no solo se vulnera un derecho individual: se fractura el pacto social de una nación entera. Porque el verdadero muro no está hecho de concreto ni acero, sino de miedo, silencio y obediencia. Y ese muro, construido dentro de la mente de millones, es el más difícil de derribar.

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