Reencarnación
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Jaime Flores Martínez
Reencarnación
Viernes 4 de julio del 2025.- Practicante de los patrones clásicos del fascismo del siglo XX y la descarada reencarnación del chavismo venezolano, el expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador instaló en este país una forma de pensamiento a través de la manipulación de la entrega de apoyos a su clientela electoral.
¡Es como lanzar monedas en un bautizo!
Si acaso alguien tiene dudas sobre el término “fascismo”, habrá que precisar que “es un movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia durante los primeros años del Siglo XX y donde —especialmente—se exaltaba el espíritu nacionalista”.
Y aunque el término “fascista” estaba originalmente aplicado a la ideología de ultraderecha, habrá que reconocer que otras formas de pensamiento adoptaron esa estructura y la habilitaron a su necesidad, en este caso, la ideología política de izquierda.
Baste señalar que durante las últimas décadas, América Latina ha sido terreno fértil para los autoritarismos disfrazados de redención popular.
No hay duda que en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México se repitieron con puntualidad algunos de los patrones clásicos del fascismo del siglo XX.
Vale subrayar que —en su raíz— el fascismo no se limita a la violencia extrema o a la estética militar.
En los hechos, el fascismo es una forma de pensamiento político que centraliza el poder, elimina los contrapesos, deslegitima a la oposición y convierte al líder “en el eje absoluto de la vida pública”.
¿Algún parecido con México?
¡Se observa la figura de AMLO!
Tal como lo hizo Hugo Chávez en sus primeros años en el poder en Venezuela, López Obrador atacó sistemáticamente a las instituciones independientes y prácticamente a todas las extinguió.
Aunque lo benefició, desde su llegada a la presidencia el expresidente descalificó al Instituto Nacional Electoral (INE) y simultáneamente presionó a la Suprema Corte de Justicia (SCJN).
El carismático AMLO sembró la desconfianza social hacia los órganos autónomos como el INAI.
Cicuta subraya que el venezolano Hugo Chávez desmanteló la democracia con medidas similares. Realizó referendos amañados, controló tribunales y diseñó una constitución a la medida del caudillo.
En tiempos recientes, López Obrador no llegó tan lejos, pero la ruta es demasiado parecida para ser coincidencia.
Uno de los pilares del fascismo es el culto al líder. Su práctica de reiterar “yo tengo otros datos” recuerda a Hugo Chávez al gritar “Hugo somos todos”.
Vale señalar que en ambos casos se impone una narrativa única: la del pueblo encarnado en un solo hombre que se llama “dictadura”.
Cualquier crítica es traición, cualquier oposición es conservadurismo reaccionario, cualquier pregunta incómoda es golpismo disfrazado.
López Obrador pugnó por centralizar todos los hilos del poder en su figura.
Sus “mañaneras” no eran ruedas de prensa, sino púlpitos desde donde dictaba la verdad oficial.
Habrá que subrayar que con Claudia Sheinbaum el sentido es el mismo, aunque la forma es distinta.
Como Hugo Chávez, que tenía su programa “Aló Presidente”, AMLO convirtió el acto de gobernar en espectáculo, en catequesis diaria, en propaganda continua.
En ambos casos el populismo es el vehículo, pero el destino final es el control absoluto.
No se puede ignorar otro rasgo inquietante: el uso de las Fuerzas Armadas como instrumento de consolidación del poder. Chávez las utilizó para su beneficio, las llenó de privilegios y las convirtió en un actor político.
López Obrador hizo lo mismo: entregó a los militares obras clave, les concedió el control de aduanas, aeropuertos y trenes y los blinda frente a cualquier intento de rendición de cuentas.
Esa militarización no es una medida de emergencia, sino una estrategia.
Tampoco es menor el intento de reescribir la historia. AMLO promovió una versión maniquea del pasado, donde solo hay héroes del pueblo (los suyos) y villanos neoliberales.
Chávez, en su momento, borró del relato nacional todo lo que no glorificara su revolución y en ambos casos, se borró la pluralidad para imponer la obediencia.
El fascismo no llega con botas negras ni con camisas pardas. A veces viste guayabera, se arropa con la bandera y se dice defensor del pueblo y por eso es tan peligroso.
Habla el idioma de la justicia social mientras erosiona las bases democráticas.
México afortunadamente aún no es Venezuela, aunque el eco de lo ocurrido allá resuena aquí cada vez con más fuerza.
El fascismo no siempre grita. A veces simplemente sonríe en una mañanera y dice que todo está bien.
Y muchos, muchos, lo creen y aplauden emocionados. Esperan sus migajas.
Positivo
Qué bueno que se destacó la buena relación entre el Estado mexicano de Baja California y Estados Unidos, durante la celebración del 249 aniversario de la independencia del vecino país.
Vale destacarlo, pues las autoridades norteamericanas invitaron a la gobernadora de Baja California, Marina del Pilar Ávila Olmeda.
Algún medio de comunicación, destacó el pasado miércoles que la gobernadora pisó suelo estadounidense, pues el consulado de ese país es considerado territorio gringo, aunque esté en Tijuana.
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