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Silbar contra el miedo, la resistencia civil que desarma la narrativa antimigrante de Trump

  • Foto del escritor: Cicuta Noticias
    Cicuta Noticias
  • hace 4 horas
  • 4 Min. de lectura

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Por Daniel Lee Vargas

Ciudad de México 26 sw noviembre 2025.- En Estados Unidos, un país que presume ser faro de libertades, hoy son los silbidos —tres cortos o tres largos— los que anuncian si la libertad puede sobrevivir otro día. En los barrios latinos de Nueva York, Chicago, Charlotte o Los Ángeles, esos códigos son más que una alarma comunitaria: se han convertido en un lenguaje paralelo que contradice frontalmente la narrativa oficial del gobierno de Donald Trump, esa que reduce a los migrantes a “invasores” y justifica redadas como si fueran operaciones militares.

La imagen lo resume todo: un reverendo, David Black, gasificado por un agente federal afuera de un centro del ICE en Chicago. Un religioso atacado por ejercer el deber moral más básico: acompañar al vulnerable. ¿Cuánto más lejos puede llegar un gobierno que dice defender la “ley y el orden”?

El país que despierta con silbatos y paros escolares

Mientras la Casa Blanca intenta imponer un clima de terror burocrático, las comunidades responden con creatividad, disciplina y una sorprendente madurez política. En Charlotte, estudiantes de secundaria y preparatoria hicieron lo impensable: un paro escolar en defensa de los migrantes. Lo replicaron en Durham. Y lo acompañaron con marchas bilingües donde se mezclan banderas mexicanas y voces locales que se niegan a heredar la pasividad.

Esa mezcla de identidades —ni completamente de allá ni totalmente de acá— es, en sí misma, un desafío a la retórica supremacista del “America First”. Cuando un autobús escolar avanza con las ventanas abiertas y niños de primaria gritan apoyo a un plantón contra la migra, no estamos ante una protesta: estamos viendo el nacimiento de una nueva educación cívica.

Organización vecinal: del monitoreo al boicot

La resistencia es un acto espontáneo y también una estrategia. En barrios enteros se multiplican comités que entrenan a miles de voluntarios para monitorear la actividad del ICE, escoltar a los hijos de indocumentados, llevar alimentos y medicinas a quienes temen salir y registrar la conducta de agentes federales para futuras demandas.

Los agentes federales, acostumbrados a operar entre la desinformación y el miedo, hoy encuentran vehículos con llantas ponchadas, comercios cerrados y ciudadanos estadounidenses que bloquean su paso al grito de “¡Shame!”. Es la sociedad civil ejerciendo, sin armas, la única autoridad que no puede suspenderse por decreto: su dignidad.

En Chicago o Los Ángeles, vecinos compran toda la mercancía de una vendedora ambulante para que regrese a casa sin exponerse a una redada. Otros hacen compras por quienes no tienen papeles. La solidaridad cotidiana —esa que no da discursos ni sale en campaña— está llenando vacíos que el propio Estado estadounidense ha decidido abrir.

La pedagogía de la resistencia

Las sesiones de capacitación abarrotadas en Manhattan o Brooklyn —cientos cada semana— revelan un país que deja de asumir que la violencia institucional es normal. Aprenden tácticas no violentas, cómo cerrarles el paso legalmente, cómo dar refugio, cómo documentar abusos. En las cortes federales, maestras de kínder juegan con títeres para reducir el terror de los niños que ven a agentes armados esperando afuera del tribunal.

Ese abrazo que “duele y reconforta al mismo tiempo”, como cuenta una voluntaria, es la metáfora perfecta del momento histórico: una sociedad fracturada que se rehúsa a romperse del todo.

Vigilias, abuelas y monjas: la dimensión moral del conflicto

En más de 150 ciudades, vigilias frente a centros de detención mantienen un pulso constante de denuncia. Desde el infame centro apodado “Alcatraz de los caimanes” hasta las rejas de Brooklyn o los portones de Los Ángeles, la consigna es clara: no miraremos hacia otro lado.

Las protagonistas no son únicamente organizaciones de derechos civiles. Son abuelas del conservador condado de Hamilton, Ohio, exigiendo rendición de cuentas. Son monjas de Nueva York cargando una pancarta con un examen bíblico incómodo para cualquier político cristiano: “Yo fui extranjero y tú… ¿me insultaste, me encarcelaste, me arrebataste a mis hijos o me recibiste?”

Son, incluso, los obispos católicos de Estados Unidos emitiendo una declaración conjunta —inusual y contundente— contra la separación de familias y la criminalización del migrante.

Aquí la disputa ya no es sólo legal o partidista. Es moral.

Récord de deportaciones, récord de resistencia

El gobierno de Trump podrá presumir más de 290 mil deportaciones desde su llegada a la Casa Blanca. Pero hay otro récord, menos visible y más poderoso: el del repudio social que se multiplica en barrios, iglesias, escuelas, sindicatos, colectividades religiosas y redes vecinales.

En otras épocas, Estados Unidos fue capaz de revisar sus excesos y corregir el rumbo. Hoy ese papel no lo están jugando las instituciones federales, sino los vecinos que silban, las madres que se organizan, los estudiantes que marchan y las comunidades que se rebelan contra la narrativa del miedo.

Porque al final, la historia siempre lo confirma:

ningún gobierno que criminaliza al vulnerable queda bien parado.

Ninguna redada vence a una sociedad que aprende a protegerse.

Y ningún silencio derrota a un país entero que ha decidido silbar fuerte.

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