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Alcatraz de los Caimanes, el campo de concentración que EU no quiere que veas

  • Foto del escritor: Cicuta Noticias
    Cicuta Noticias
  • hace 5 horas
  • 3 Min. de lectura

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Por Daniel Lee Vargas

Ciudad de México, 2 de agosto 2025.- En un rincón húmedo de la Florida, donde el sol castiga sin tregua y los mosquitos sobrevuelan como centinelas del silencio, se esconde un centro de detención migratoria cuyas condiciones recuerdan más a un régimen penitenciario del siglo XIX que a un país que se autoproclama defensor de la libertad y los derechos humanos.

Sí, nos referimos al llamado “el Alcatraz de los Caimanes”, pero lo que ahí ocurre no es una metáfora ni un exceso retórico. Es una realidad documentada: celdas atestadas con hasta 32 personas y sólo tres inodoros, de los cuales apenas uno funciona. No hay electricidad. No hay agua corriente. No hay acceso a medicamentos básicos. A veces, ni siquiera se permite una llamada para avisar que están vivos.

El activista Thomas Kennedy, vocero de la Coalición para Migrantes de Florida, lo ha dicho con claridad: “Lo que está pasando en este lugar es depravado”. Y no se equivoca. Porque lo que ocurre en ese centro de detención no es un error administrativo, ni un caso aislado de negligencia: es una forma sistemática de castigo extralegal, dirigida contra personas cuyo único "crimen" ha sido cruzar una frontera buscando trabajo, refugio o reunificación familiar.

Uno de los casos más duros, es el que comparte Kennedy: un migrante que fue encerrado en una caja metálica bajo el sol del mediodía durante cuatro horas, rodeado de insectos del pantano. No como medida disciplinaria, sino como mecanismo de sometimiento físico y psicológico. Como tortura. Y sí, hay que decirlo sin ambigüedad: esto es un campo de concentración moderno, en el corazón de la primera potencia global.

Desde hace décadas, el sistema migratorio estadounidense se sostiene sobre la criminalización de la pobreza, el color de piel y la procedencia geográfica. Pero lo que ocurre en Florida es la punta visible de una maquinaria mucho más amplia, alimentada por el lucro de las prisiones privadas, el oportunismo electoral y el racismo institucionalizado.

A diario, miles de migrantes —muchos de ellos mexicanos, centroamericanos, caribeños o venezolanos— son encerrados en centros donde las condiciones violan flagrantemente tratados internacionales como la Convención contra la Tortura o el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

Y mientras tanto, en los foros internacionales, Washington sigue pronunciando discursos sobre democracia, libertad y derechos humanos. ¿A quién se lo creen?

El silencio de organismos regionales e internacionales ante estos abusos resulta desalentador. Ni la OEA, ni la mayoría de las cancillerías latinoamericanas, han emitido una condena firme sobre estas condiciones infrahumanas. La diplomacia migratoria se reduce, en muchos casos, a cálculos políticos y gestos de complacencia hacia el gobierno de Estados Unidos.

Pero el caso del “Alcatraz de los Caimanes” nos obliga a romper ese pacto de silencio. Porque si permitimos que se normalice la tortura institucional contra migrantes, lo próximo será más brutal, más impune, más sistémico.

¿Y México?

En este escenario, México tiene una doble deuda. Primero, con sus propios ciudadanos, muchos de los cuales padecen en carne propia estas condiciones al ser detenidos sin juicio, sin abogado, y sin contacto con su familia. Segundo, con los migrantes de otras nacionalidades que atraviesan su territorio bajo persecución, para luego caer en centros como este, donde el sueño americano termina siendo una celda caliente, sin agua ni esperanza.

Exigir respeto a los derechos humanos de los migrantes no es un favor que pedimos a Washington, sino una obligación ética y legal que debemos exigir con contundencia, sin importar presiones económicas o chantajes diplomáticos.

Lo que hoy sucede en el “Alcatraz de los Caimanes” no es solo una afrenta contra los migrantes. Es una herida profunda en el rostro de la dignidad humana. Y si el mundo calla, será también su complicidad la que quede inscrita en la historia.

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