Migrar no es el problema, la hipocresía de los Estados, sí
- Cicuta Noticias

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Por Daniel Lee Vargas
Ciudad de México, 19 de diciembre 2025.- Mucho que decir de este 18 de diciembre, Día Internacional del Migrante, por supuesto que sí, pero primero quisiera expresar que la fecha obliga a los gobiernos a mirarse en el espejo, pero casi siempre, lo que aparece es una contradicción: discursos que celebran la aportación de las personas migrantes, mientras las políticas públicas se empeñan en criminalizarlas, contenerlas o invisibilizarlas.
Me quiero referir ahora al llamado de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) que este 2025 vuelve a poner el dedo en la llaga: sin sistemas migratorios justos y robustos, la narrativa de la “migración como oportunidad” se queda en retórica.
Y aquí van algunos datos duro: Hoy, 304 millones de personas —cerca del 4 % de la población mundial— viven fuera de su país de nacimiento. No se trata de una anomalía histórica, sino de una constante estructural del mundo contemporáneo. Migran para trabajar, estudiar, reunirse con sus familias o huir de la violencia y los desastres. Y, pese a ello, siguen siendo tratadas como una excepción incómoda, no como parte constitutiva del desarrollo global.
La OIM insiste, con razón, en que la migración es una historia de progreso humano compartido. Basta observar los sectores que dependen directamente de la mano de obra migrante: salud, agricultura, construcción, servicios, tecnología. Economías enteras funcionan gracias a personas que, paradójicamente, viven bajo regímenes de precariedad jurídica, discriminación y miedo. Los Estados aceptan su trabajo, pero niegan sus derechos.
El contraste es aún más evidente cuando se mira el flujo de las remesas. En 2024 alcanzaron aproximadamente 905 mil millones de dólares, dirigidos principalmente a países de ingresos medios y bajos.
En muchos casos, estos recursos superan con creces la ayuda oficial para el desarrollo. Las remesas sostienen hogares, pagan educación, garantizan atención médica y mantienen economías locales a flote. Sin embargo, rara vez se traducen en políticas públicas que protejan a quienes las generan. El migrante es celebrado como remitente de divisas, pero desechado como sujeto político.
Frente a este escenario, la directora general de la OIM, Amy Pope, recuerda una verdad incómoda: cuando la migración se gestiona con dignidad y propósito, beneficia tanto a las personas migrantes como a las sociedades de origen y destino. El problema es que la gestión migratoria contemporánea está dominada por la lógica del control, no de la dignidad; por la disuasión, no por la protección.
Las cifras del desplazamiento forzado lo confirman. A finales de 2024, 83.4 millones de personas se encontraban desplazadas internamente por conflictos, violencia y desastres. A falta de vías regulares y seguras, millones se ven empujadas a rutas irregulares y mortales. El Mediterráneo se ha convertido en un cementerio: más de 33 mil personas han muerto allí desde 2014. No es una tragedia inevitable; es el resultado directo de políticas que cierran puertas legales y externalizan fronteras.
Aquí reside la mayor deuda de los Estados: saben que la migración es estructural, saben que aporta riqueza económica y cultural, y aun así optan por administrarla como amenaza. Se endurecen visados, se militarizan fronteras y se delega la contención a países más pobres, mientras se multiplican los discursos conmemorativos sobre diversidad, cultura y desarrollo.
El lema de este año, “Mi gran historia: Culturas y desarrollo”, apunta en la dirección correcta. La migración no es solo movimiento de personas; es intercambio cultural, transformación social y creación de identidades híbridas. Pero ninguna campaña en redes —ni siquiera la invitación global a compartir historias bajo la etiqueta #MyGreatStory— puede sustituir la voluntad política de reformar sistemas migratorios profundamente desiguales.
El Llamamiento Mundial 2026 de la OIM, que busca apoyar a 41 millones de personas migrantes y fortalecer una migración segura, ordenada y regular, es un paso necesario. Sin embargo, será insuficiente si los Estados continúan usando la migración como moneda electoral o chivo expiatorio. La pregunta ya no es si la migración beneficia al desarrollo; los datos lo demuestran. La verdadera pregunta es por qué, sabiendo esto, los gobiernos siguen apostando por políticas que producen muerte, exclusión y clandestinidad.
En el Día Internacional del Migrante, el desafío no es repetir consignas bienintencionadas, sino asumir una verdad política incómoda: el mundo se mueve, las personas seguirán migrando y la dignidad no puede ser opcional. Migrar no es el problema. El problema es un sistema internacional que se beneficia de la movilidad humana, pero se niega a garantizar justicia para quienes la hacen posible.
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