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A propósito del 10 de mayo, hablemos de las Madres Migrantes

  • Foto del escritor: Cicuta Noticias
    Cicuta Noticias
  • hace 6 minutos
  • 2 Min. de lectura

Por Daniel Lee Vargas

Ciudad de México, 10 mayo 2025.- El 10 de mayo, Día de las Madres, suele estar lleno de flores, abrazos y palabras de gratitud. Pero para millones de mujeres migrantes en Estados Unidos y en tantas otras geografías del exilio, esta fecha no siempre se vive con fiesta. Se vive con fuerza. Con lágrimas escondidas tras sonrisas por videollamada. Se vive entre turnos laborales, entre silencios que esconden miedo, entre luchas que casi nadie reconoce. Y sin embargo, ahí están: firmes, resistentes, profundamente humanas.

La maternidad migrante es una historia de amor atravesada por la frontera. Miles de mujeres han dejado atrás sus hogares, a sus hijos, a sus madres, con una mochila de esperanza al hombro y una promesa en el corazón: que el sacrificio de hoy se convierta en bienestar para los suyos mañana. Migran por sus hijos, migran para sobrevivir, migran porque quedarse no era opción. Y lo hacen sabiendo que el camino será duro, plagado de incertidumbre, burocracia, discriminación y, muchas veces, soledad.

Este Día de las Madres merece, más que flores, una mirada honesta a esa otra cara de la celebración: la de las madres que no pueden abrazar a sus hijos porque una frontera se interpone. La de las mujeres que limpian casas ajenas mientras la suya permanece vacía a miles de kilómetros. La de las trabajadoras esenciales que han sostenido economías enteras y aún así permanecen invisibles, en la sombra de políticas migratorias cada vez más hostiles.

Pero incluso en la distancia, estas madres construyen lazos. Se reinventan. Encuentran consuelo en las redes comunitarias, en los grupos de apoyo, en las llamadas a deshoras con hijos que crecen sin ellas, pero no sin su amor. Organizan, resisten, se informan, se unen. Muchas han transformado el dolor de la separación en fuerza colectiva, convirtiéndose en lideresas comunitarias, defensoras de derechos, faros para otras mujeres que también caminan entre el miedo y la esperanza.

Hablar de maternidad migrante es hablar de dignidad. De mujeres que educan desde lejos, que alimentan desde el sacrificio, que aman más allá de los kilómetros y los estatus migratorios. Es hablar también de un sistema que falla: que las expulsa, que las criminaliza, que se beneficia de su trabajo y al mismo tiempo las vuelve invisibles.

En este Día de las Madres, el homenaje no debe quedarse en lo simbólico. Debe traducirse en políticas públicas que reconozcan su aporte, en caminos reales hacia la regularización, en protección frente a la violencia de género que tantas veces marca sus rutas migratorias. Debe escucharse su voz, celebrarse su coraje, protegerse su derecho a existir sin miedo.

Porque ser madre migrante no es una historia de debilidad. Es, en realidad, una de las formas más radicales de amor y resistencia que este mundo conoce.

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