Enrique Villarreal, especial para Cicuta
Durante décadas, el presidencialismo imperial fue el principal obstáculo para la implantación de un sistema democrático en México. La lucha por la democracia ha sido un proceso largo, más de medio siglo, si se toma como punto de partida el movimiento estudiantil de 1968, que cimbró al régimen autoritario, seguido de una apertura y liberalización políticas (décadas de los setenta y ochenta), y luego, en 1997, de una transición democrática, cuando el PRI perdió la mayoría en el Congreso, lo que desembocó en la alternancia presidencial del 2000, con el triunfo electoral del panista Vicente Fox. Una reforma política importante fue en 2007 al prohibirle al presidente y demás autoridades de los tres niveles de gobierno intervenir, por ejemplo con difusión de obras y proselitismo en los procesos electorales (el actual comenzó en septiembre), sobre todo durante las campañas, lo cual es fundamental para generar condiciones de equidad entre los contendientes, y dar certeza y legitimidad a los resultados. Sin embargo, el presidente López Obrador, convertido en jefe de facción y no de Estado, persiste en usar sus mañaneras como tribuna electoral para atacar a los críticos y opositores, y hacer proselitismo a favor del partido oficial. Aunque el INE ya ordenó al ejecutivo federal, gobernadores y funcionarios, a abstenerse de opinar sobre las elecciones en sus actos públicos, la insistencia presidencial en hacerlo compromete la legalidad y legitimidad de las próximas elecciones.