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Prisioneros sin muros: el encierro forzado de migrantes con discapacidad en EU

  • Foto del escritor: Cicuta Noticias
    Cicuta Noticias
  • hace 4 días
  • 3 Min. de lectura

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Por Daniel Lee Vargas

Ciudad de México 27 Diciembre 2025.- Los migrantes con discapacidad en Estados Unidos viven hoy una forma extrema y silenciosa de detención: el encierro forzado dentro de sus propios hogares.

No hay rejas ni barrotes visibles, pero el miedo a las redadas migratorias ha convertido sus casas en espacios de confinamiento permanente. En ciudades como Los Ángeles, esta realidad se ha intensificado en las últimas semanas bajo operativos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) dirigidos a comunidades latinas.

De acuerdo con el Migration Data Portal, no existen cifras oficiales sobre migrantes forzados con discapacidad; sólo estimaciones. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM), con base en datos de la OMS y el Banco Mundial, calcula que alrededor del 15% de las personas desplazadas por la fuerza a nivel global viven con alguna discapacidad. No obstante, Estados Unidos no cuenta con datos específicos sobre cuántos migrantes indocumentados se encuentran en esta condición.

Según la Encuesta sobre la Comunidad Estadounidense (ACS) 2023 de la Oficina del Censo, en Estados Unidos residen millones de personas migrantes en situación irregular, y Los Ángeles concentra cerca de 4.2 millones de población migrante, siendo la segunda ciudad con más migrantes después de Nueva York.

Dentro de esa cifra masiva, los migrantes con discapacidad quedan relegados a una doble marginación: por su estatus migratorio y por su condición física o sensorial.

Un ejemplo de esta realidad es Blanca Ángulo, mexicana de 63 años, invidente, quien emigró en 1991 y hasta hoy no ha logrado regularizar su situación migratoria. Ella dirige Migrantes con Discapacidad en Los Ángeles y organiza reuniones comunitarias dos veces al mes. Hoy, esas reuniones han tenido que trasladarse al formato virtual. “Muchos de nosotros somos indocumentados y no podemos salir. Migración nos tiene detenidos”, explica.

El encierro, sin embargo, no es sólo físico. También es emocional y simbólico. José Luis Hernández, migrante hondureño y fundador de la organización, decidió salir el 12 de junio pese al riesgo. Hace 19 años sufrió un accidente al caer entre las ruedas de un tren en movimiento, perdiendo una pierna, un brazo y varios dedos. Para él, la política migratoria actual envía un mensaje crudo: “Quieren que sintamos vergüenza hasta de existir”.

Ese12 de junio, decenas de migrantes ciegos, personas usuarias de sillas de ruedas, amputados, personas con sordera y otras discapacidades no acudieron a una reunión convocada por la organización Migrantes con Discapacidad en la iglesia Epifanía, en Los Ángeles. No fue por falta de interés ni de necesidad, sino por temor.

Cinco días antes, agentes del ICE desplegaron operativos en zonas densamente pobladas por población latina en Los Ángeles, con acciones en lugares de trabajo, escuelas y espacios públicos. Nadie está a salvo, ni siquiera quienes viven con discapacidad. Como consecuencia, muchas personas optaron por no salir.

Este encierro no es simbólico. Hay personas que no pueden caminar, que dependen de prótesis, de dispositivos de asistencia o de acompañamiento para desplazarse. Sin embargo, incluso quienes requieren apoyo médico o comunitario han reducido al mínimo su movilidad. Permanecen aislados desde hace más de dos meses, en un confinamiento impuesto por la política migratoria y el miedo.

Desde una perspectiva humanitaria y de derechos humanos, esta situación evidencia una grave contradicción del Estado estadounidense: mientras proclama compromisos con la inclusión y la no discriminación, permite prácticas que confinan y silencian a una de las poblaciones más vulnerables.

El caso de los migrantes con discapacidad en Estados Unidos revela una forma contemporánea de prisión sin muros, donde el miedo sustituye al candado y la política migratoria actúa como mecanismo de control social. No se trata sólo de deportaciones o detenciones formales, sino de una estrategia que empuja a miles de personas a desaparecer de la vida pública, a renunciar a sus derechos básicos y a sobrevivir en el aislamiento. En ese silencio forzado, la migración persiste, herida, pero no derrotada.

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