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Juan Malagamba Zentella. El sembrador de justicia en los campos del olvido

  • Foto del escritor: Cicuta Noticias
    Cicuta Noticias
  • hace 14 horas
  • 5 Min. de lectura

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Por Jaime Martínez Veloz

“Un homenaje desde la entraña del territorio, para quien convirtió la dignidad en trinchera y la ternura en método”

24 de agosto del 2025.- Hay vidas que no se narran en tercera persona, sino en coro. Juan Malagamba Zentella fue una de esas vidas: tejida con tierra, memoria y rebeldía. Su andar por México y Centroamérica no fue el de un funcionario, sino el de un sembrador de justicia. Hoy, a tres meses de su partida, lo nombramos como lo que fue: arquitecto de la dignidad jornalera, defensor de los pueblos indígenas, y poeta de la acción colectiva.

Hermanito del alma

Te escribo estas letras desde lo más profundo de mi corazón. Recuerdo aquel día de enero de 2013, cuando Miguel Ángel Osorio Chong, entonces secretario de Gobernación, me citó sin previo aviso. Me preguntó por la problemática indígena del país. Le entregué una síntesis, un diagnóstico, una brújula. Me ofreció ser Comisionado para el Diálogo con los Pueblos Indígenas de México. Acepté, pero puse una condición: que tú, por tu conocimiento profundo de la realidad jornalera y de los pueblos indígenas de Baja California, fueras nombrado delegado de la CDI en el estado. Y así fue.

Conocía tu labor desde que llegué a Baja California en 1991. Compartimos reuniones intensas, diagnósticos éticos, y la indignación ante el desdén gubernamental por la vida de las y los jornaleros. Mientras algunos miraban hacia otro lado, tú estabas ahí, firme, con la mirada puesta en los invisibles. En 2015, cuando estalló la rebelión jornalera en San Quintín, tú no dudaste. Estuviste del lado correcto de la historia.

En medio de esa complejidad, compartimos reflexiones con nuestras compañeras de vida y de lucha: Diana Briseño y Onica Mora. Y un día, sin decirle nada a nadie, decidiste partir. Ese día se me quebró el alma, la vida, incluso las esperanzas. Me negué a aceptarlo. Pero la realidad estaba ahí. Superando el dolor, me dediqué a hurgar en archivos, en memorias, en testimonios, para mostrarle a las nuevas generaciones quién fuiste y el legado que dejaste.

De la ingeniería crítica a la economía de la esperanza

Formado como ingeniero electrónico en la UNAM y como economista en la UAM, Juan no se conformó con reproducir modelos. Desde sus primeros años, cuestionó la dependencia tecnológica que sometía a los técnicos mexicanos. Participó en investigaciones sobre la industria de la construcción y el flujo de patentes, denunciando la colonización silenciosa que se escondía tras el desarrollo. Su pensamiento técnico nunca fue neutro: fue insurgente.

Pero su vocación no era la academia, sino el pueblo. En Oaxaca, formó cooperativas en San Bartolomé Ayautla. En Nicaragua, rehabilitó beneficios de café y diseñó programas para los miskitos del Río Coco. En México, tejió proyectos educativos, forestales, radiofónicos y comunitarios que cruzaron Chiapas, Guerrero, Puebla, Hidalgo, Chihuahua, Durango y Baja California. Su mapa de vida fue el de las regiones olvidadas, donde la dignidad aún se cultiva con las manos.

La voz del valle, la voz de los invisibles

Juan entendía que la comunicación no era técnica, sino territorio compartido. Fundó “La Voz de la Huasteca” y “La Voz del Valle”, frecuencias que no transmitían publicidad, sino dignidad. En ellas, los pueblos indígenas contaban su historia, denunciaban sus agravios y tejían su futuro. La radio fue su herramienta para devolverle voz a quienes el sistema había silenciado.

En San Quintín, su nombre se volvió leyenda. Investigó la vida de los mixtecos, los niños jornaleros, las mujeres migrantes. Diseñó programas para atender la violencia intrafamiliar, la inequidad de género, la restitución de tierras, y la participación ciudadana. Cada proyecto era un acto de amor y rebeldía. Cada diagnóstico, una cartografía ética.

Jornaleros, migrantes, indígenas: su causa fue plural

Juan fue asesor de la CNDH, del Congreso de Baja California, de ayuntamientos, de organizaciones civiles. Pero nunca se encerró en oficinas. Caminó los campos, escuchó los testimonios, y convirtió cada diagnóstico en propuesta viva. Su trabajo con COPRODI, CEPRODER, MILAPA y otras organizaciones fue ejemplo de articulación ética entre sociedad civil e institucionalidad.

Diseñó estrategias para la regularización agraria de los pueblos kumiai, kiliwa y cochimí. Impulsó foros de consulta, reglamentos municipales, programas ecoturísticos, y talleres sobre derechos indígenas. Su visión era integral: justicia, cultura, género, territorio, migración. Todo estaba conectado en su mirada.

Fue coautor de iniciativas legislativas, responsable de diagnósticos sobre migración, y diseñador de programas de atención a mujeres indígenas. Su trabajo no solo transformó políticas públicas: transformó vidas. Y lo hizo sin protagonismo, con la humildad de quien sabe que la historia verdadera se escribe desde abajo.

Su voz como brújula

En su toma de protesta como delegado de la CDI en Baja California, Juan declaró con firmeza:

“Necesitamos ser más vigorosos, hacer las cosas con mayor compromiso, y aquellos compañeros funcionarios que están en las diferentes áreas que no quieran asumir estos ritmos que nos están imponiendo los pueblos, no tenemos absolutamente nada que hacer”.

Y al hablar sobre los derechos de las mujeres indígenas, sostuvo con claridad:

“Los usos y costumbres se aplican de acuerdo a su régimen interior, siempre y cuando no se violen derechos humanos, y en especial los derechos de las mujeres, del cual se debe respetar la libertad de la mujer para decidir”.

También dejó esta reflexión que hoy resuena como testamento:

“México ha estado en lucha permanente en los pueblos indígenas. Los indígenas no han dejado de trabajar, de aspirar un mejor futuro, una mejor vida, porque los funcionarios o los que nos han gobernado no han pensado como indígenas”.

Estas palabras no fueron discursos: fueron brújulas. Juan hablaba desde la entraña del territorio, desde la urgencia de la justicia, desde la ética de la escucha.

Donde la rebeldía florece

En 2015, cuando los jornaleros agrícolas de San Quintín se levantaron contra la explotación, Juan no dudó. Mientras otros callaban, él denunció, acompañó, y liberó. La Comisión que encabezaba pagó las fianzas de los detenidos, enfrentó a los poderes fácticos, y se convirtió en escudo institucional para los más vulnerables.

Su presencia fue garantía de que la justicia no sería solo palabra. Su voz fue brújula en medio del caos. Su compromiso, un acto de ternura radical. En los campos del valle, su nombre se pronuncia como se pronuncian los de los que no traicionaron.

Educación como herramienta de emancipación

Juan no solo diseñó proyectos: diseñó futuros. Elaboró paquetes didácticos para educadores de adultos, programas autodidácticos en matemáticas, y estrategias de formación para mujeres promotoras del desarrollo local. Su pedagogía era emancipadora: enseñar para liberar, formar para transformar.

En Guerrero, Puebla y Baja California, impulsó procesos de capacitación, organización comunitaria y fortalecimiento institucional. Su método combinaba rigor técnico con sensibilidad territorial. Cada taller, cada foro, cada diagnóstico era una semilla de autonomía. Y cada mujer formada, cada joven capacitado, cada comunidad organizada, fue parte de su cosecha.

El sembrador que no se detuvo

Juan Malagamba Zentella falleció hace poco menos de tres meses, pero su legado sigue caminando. En cada mujer jornalera que exige respeto, en cada niño que aprende su lengua originaria, en cada comunidad que defiende su tierra, su nombre resuena como canto de lucha.

Fue ingeniero, economista, maestro, asesor, director, delegado. Pero sobre todo, fue compañero. Su vida fue una epopeya silenciosa, tejida con humildad y coraje. Y hoy, desde este homenaje, lo nombramos como lo que fue: arquitecto de la dignidad jornalera, sembrador de fraternidad, y guardián de los pueblos invisibles.

Que su nombre se diga en voz alta.

Que en las aulas, en los campos, en los foros, se pronuncie su nombre como se pronuncian los de los grandes: con respeto, con amor, con rebeldía. Porque Juan no fue un héroe de bronce, sino de carne y compromiso. Y porque su legado nos convoca a seguir sembrando justicia, como él lo hizo: sin descanso, sin miedo, sin olvido.

Juan Malagamba: hermanito del alma, te extraño con toda mi alma. Te mando un abrazo con todo el cariño del mundo, donde quiera que te encuentres.

 
 
 

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