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Deportar no es resolver

  • Foto del escritor: Cicuta Noticias
    Cicuta Noticias
  • hace 11 horas
  • 2 Min. de lectura

Por Daniel Lee Vargas

Ciudad de México, 6 de mayo 2025.- Estados Unidos, la autodenominada tierra de las oportunidades, parece olvidar que su grandeza se ha construido con manos extranjeras. Hoy, casi cinco millones de mexicanos viven bajo la sombra de una amenaza inminente: la deportación. Son cifras frías, pero detrás de cada número hay un rostro, una historia, una familia.

Las nuevas políticas migratorias —cada vez más restrictivas, más punitivas y menos humanas— han puesto al borde del abismo a una población que representa el 36.4% del total de indocumentados en EU.

No se trata de recién llegados ni de invasores, como algunos discursos políticos insisten en repetir. Se trata de personas que llevan más de una década viviendo, trabajando, pagando impuestos y criando hijos en el país que hoy los rechaza.

En Texas, California e Illinois, la concentración de migrantes mexicanos indocumentados es significativa: más de 2.5 millones en conjunto. No son invisibles. Son vecinos, trabajadores esenciales, padres y madres de familia, pilares de industrias enteras. Su expulsión no solo sería una catástrofe humanitaria, sino también un golpe económico y social de alto costo.

¿Cómo se reconstruyen los lazos familiares rotos por una deportación? ¿Cómo se le explica a un niño ciudadano estadounidense que su madre o padre ya no volverá a casa porque cruzó una frontera hace 20 años sin papeles? ¿Qué futuro le espera a México, que tendrá que reintegrar de golpe a una población desplazada, sin redes, sin empleo, sin oportunidades?

Lo más alarmante es que 723,000 hogares están conformados exclusivamente por mexicanos en situación irregular. El efecto dominó de su deportación impactaría a millones de personas, incluidas comunidades enteras que dependen de su fuerza laboral y su participación social.

Las políticas migratorias actuales no son una solución; son un retroceso. En lugar de abordar las causas estructurales de la migración —pobreza, violencia, falta de oportunidades— se criminaliza a quienes buscan sobrevivir. Se olvida que migrar no es un delito. Es una decisión desesperada. Un acto de esperanza.

México no puede quedarse de brazos cruzados. Es momento de reclamar con dignidad y con fuerza: los derechos humanos no terminan en la frontera. Es hora de articular una respuesta sólida, que combine diplomacia, presión política y redes de apoyo binacionales. Porque lo que está en juego no es solo la estabilidad de millones de familias, sino la esencia misma de una región que presume de libertad y justicia.

Hoy, más que nunca, la pregunta no es cuántos mexicanos serán deportados. La pregunta es: ¿cuánta humanidad estamos dispuestos a perder? O, usted que opina...

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