Seguimiento hasta la traición, paisano se precavido
- Cicuta Noticias
- 16 abr
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Por Daniel Lee Vargas
Ciudad de México, 17 abril 2025.- En un rincón de Louisiana, un ex oficial de policía hondureño intercambió su libertad por una aplicación. Una selfie semanal con tecnología de reconocimiento facial bastaba para que las autoridades supieran dónde estaba. A cambio, no lo encerraban. A cambio, le permitían trabajar. A cambio… le prometían una oportunidad.
Pero en febrero, todo cambió. Un mensaje le pidió actualizar su tecnología de seguimiento. Cuando se presentó, lo esposaron. Hoy, está en un centro de detención. La promesa digital resultó ser una trampa silenciosa.
Apenas en marzo pasado, la familia Ali, originaria de Honduras y residente en un suburbio de Nueva Orleans, fue deportada inesperadamente. Los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) les informaron que debían asistir a una audiencia en la corte de inmigración en Houston.
Sin embargo, fueron conducidos a McAllen, Texas, cerca de la frontera con México, para ser expulsados. Durante el trayecto, los agentes les aseguraron que todo estaría bien y que regresarían a Nueva Orleans después de la audiencia.
Al llegar a Houston, fueron trasladados a otra puerta con destino a McAllen y, finalmente, deportados a Honduras. La familia denunció que los agentes les ocultaron información y los condujeron hasta la frontera sin explicarles que se encontraban en un proceso de expulsión
Estos no son casos aislados. Son el reflejo de una estrategia sofisticada de vigilancia y control que transforma dispositivos cotidianos —un celular, una app, un reloj— en barrotes invisibles. Bajo la narrativa de "alternativas a la detención", miles de inmigrantes son monitoreados diariamente por herramientas diseñadas no para proteger, sino para perseguir.
La empresa detrás de este sistema, Geo Group, es el mayor operador de prisiones privadas en Estados Unidos. Durante la última década, ha diversificado su modelo de negocio: de construir cárceles físicas, ha pasado a diseñar cárceles digitales. Sus aplicaciones, monitores de tobillo y relojes inteligentes permiten al gobierno rastrear la vida de decenas de miles de personas, como si fueran sospechosos perpetuos, culpables por haber huido o soñado.
Con un margen de ganancia del 50% en este sector y más de $2,400 millones en ingresos anuales, Geo Group es uno de los grandes beneficiarios de las políticas migratorias más duras. Mientras el precio de sus acciones se mantiene a flote, miles de familias se hunden en la incertidumbre, temiendo que cada notificación en el teléfono sea una emboscada.
Detrás del lenguaje técnico y las promesas de “eficiencia”, estas tecnologías ocultan una verdad inquietante: el uso de la vigilancia digital como método de deportación. Las aplicaciones de seguimiento no sustituyen a los centros de detención. Son sus extensiones. Son sus pretextos. Son sus cebos.
“Son simplemente presas fáciles”, dice una abogada de inmigración. Y tiene razón. La tecnología no discrimina: obedece. Y en este caso, obedece a un sistema que criminaliza la migración, convierte la privacidad en moneda de cambio y entrega a empresas privadas las llaves del encierro moderno.
La pregunta no es si debemos usar tecnología en los procesos migratorios. La verdadera pregunta es: ¿quién la diseña, con qué propósito, y a costa de qué vidas?
Porque una aplicación que promete libertad, pero entrega detención, no es una herramienta. Es una traición.
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