Deportados y la herida emocional que les deja Estados Unidos
- Cicuta Noticias
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Por Daniel Lee Vargas
Ciudad de México, 21 de octubre 2025.- México no puede seguir recibiendo a sus deportados como si fueran extraños. Cada uno de ellos encarna el costo humano de un sistema que expulsa, segrega y olvida. Recuperar su dignidad no es un acto de caridad: es una deuda de justicia.
Y miren vamos referir en esta colaboración a Ciudad Juárez, porque esta frontera se ha convertido en la sala de espera del desarraigo.
Cada día llegan hombres y mujeres expulsados de Estados Unidos, muchos de ellos después de años de trabajo, raíces y familia al otro lado de la frontera. Lo hacen con una maleta rota, un papel de deportación y una carga invisible: la pérdida de su hogar y de su identidad. Lo que para el gobierno de Donald Trump son “retornos ordenados”, para miles de migrantes mexicanos significa el colapso emocional de una vida entera.
De acuerdo con la Iniciativa de Salud Humanitaria en la Frontera (ISHF), quienes llegan deportados arrastran afectaciones severas: estrés, depresión, ansiedad, culpa, incertidumbre y, sobre todo, una sensación de derrota.
Muchos fueron separados de sus familias, otros ya no tienen a nadie esperándolos en México. Vuelven a un país que ya no reconocen, marcados por el estigma de haber “fracasado” en el sueño americano y señalados, injustamente, como si fueran culpables de un delito por el simple hecho de haber migrado.
La frontera se ha convertido en un territorio de retorno forzado, donde el discurso político estadounidense transforma la vulnerabilidad humana en espectáculo electoral. Trump ha reactivado la retórica del miedo: redadas, deportaciones masivas, detenciones arbitrarias.
Bajo esa política, más de 11 mil connacionales han sido devueltos solo a Ciudad Juárez entre enero y agosto de 2025, un aumento del 32 por ciento respecto al año anterior. La violencia institucional se disfraza de política migratoria.
Los equipos de ISHF han documentado no solo el trauma psicológico de estos retornos, sino también las enfermedades crónicas con las que regresan: insuficiencia renal, cáncer, diabetes, hipertensión.
Migrar, sobrevivir y ser deportado se ha convertido en un ciclo de desgaste físico y mental que el Estado mexicano apenas empieza a reconocer. Los programas como “México te Abraza”, aunque pudieran parecer bien intencionados, son paliativos frente a un drama estructural: el abandono de los repatriados, la falta de redes de apoyo y la indiferencia social ante su reintegración.
Particularmente grave es la situación de los hombres deportados, quienes enfrentan la ruptura de su rol tradicional como proveedores. La deportación no solo los despoja de empleo y estabilidad, sino también de identidad. “Ya no soy el jefe de familia”, confiesan muchos, en medio de una crisis emocional que no encuentra espacio ni comprensión en una sociedad que exige fortaleza, pero no ofrece escucha.
En este contexto, la frontera norte se convierte en espejo de una doble irresponsabilidad: la de un Estados Unidos que criminaliza la migración, y la de un México que romantiza el retorno, pero carece de políticas públicas integrales para atenderlo. Lo que vuelve no es solo un cuerpo deportado, sino una historia truncada, un ciudadano que exige dignidad y un Estado que aún no sabe cómo recibirlo.
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