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ALMA y Coquí, cuando la tecnología salva lo que la política abandona

  • Foto del escritor: Cicuta Noticias
    Cicuta Noticias
  • hace 1 día
  • 3 Min. de lectura

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Por Daniel Lee Vargas

Ciudad de México 11 de diciembre 2025.- En Estados Unidos, una detención por parte de ICE no solo arrebata libertad: arranca de raíz la tranquilidad de familias enteras. Un operativo puede borrar, en cuestión de minutos, años de trabajo, redes comunitarias y la frágil estabilidad que millones de migrantes sostienen con las uñas.

En ese vacío —donde la ley se vuelve impredecible y la información escasea a propósito— surge ALMA, una aplicación creada por la organización Salvadoran American Leadership and Educational Fund (SALEF), que funciona como lo que el Estado nunca quiso ofrecer: un salvavidas inmediato.

ALMA es, en apariencia, una herramienta tecnológica. Pero en realidad es un veredicto político. Su “botón de emergencia” permite que un migrante detenido por ICE alerte de inmediato a sus seres queridos, enviando ubicación, activando redes comunitarias y movilizando asesoría legal antes de que el silencio institucional haga su trabajo.

Que una comunidad tenga que inventar un dispositivo para reducir el tiempo en que una persona queda incomunicada dice mucho del sistema: revela que la detención migratoria opera, todavía, como un espacio donde la opacidad es un arma y el aislamiento, un método.

Además de la alerta instantánea, la aplicación ofrece un plan de emergencia, orientación sobre derechos y pasos a seguir tras una detención. Es decir, hace lo mínimo que debería garantizar cualquier política pública en un país que presume Estado de derecho.

Pero en una realidad donde las redadas se multiplican —sobre indocumentados, pero también sobre residentes con décadas en el país, con o sin antecedentes— la protección quedó en manos de quienes más han sufrido la falta de ella: la propia comunidad migrante.

ALMA no está sola en esta reinvención solidaria. Coquí, otra aplicación impulsada desde la base, permite reportar en tiempo real la presencia de ICE mediante colaboración comunitaria. Usuarios suben imágenes, marcan ubicaciones, advierten sobre operativos y comparten información para que otros sepan cuándo evitar una zona o prepararse ante un posible arresto. Es, en términos prácticos, la democratización de la alerta temprana: un sistema de vigilancia invertida donde quienes históricamente han sido observados deciden observar a sus observadores.

Por supuesto, las críticas no han tardado. Voces conservadoras afirman que estas herramientas “obstruyen operativos” y “protegen a quienes violan la ley”.

Lo que no dicen es que estos mismos operativos a menudo ignoran debido proceso, separan familias sin justificación real y castigan la mera existencia de personas cuya única falta es haber buscado sobrevivir. Para muchos activistas, ALMA y Coquí no representan resistencia ilegal, sino autodefensa básica. Son un acto de dignidad en un sistema que sigue tratando la migración como una amenaza y no como la consecuencia de crisis que Estados Unidos también ha ayudado a generar.

Las aplicaciones no sustituyen a la política pública; la exhiben. Exponen un sistema de control migratorio que prefiere el miedo a la transparencia, la detención a la gestión humanitaria, la vigilancia a la integración. Y, sobre todo, demuestran que la comunidad migrante —mayoritariamente latina— ha dejado de esperar soluciones desde Washington. Cuando el Estado falla, la comunidad innova. Cuando la política excluye, la tecnología acompaña.

Para millones de familias, ALMA es más que una aplicación: es una garantía mínima de no desaparecer en los laberintos de ICE. Para un niño que teme quedarse sin madre al volver de la escuela, para un trabajador que sabe que cualquier parada rutinaria puede terminar en custodia federal, para una familia cuya vida depende de segundos, esta herramienta ofrece un hilo de esperanza en medio del ruido y el riesgo.

Pero el hecho mismo de que dependa de aplicaciones, no de garantías legales, revela el punto central de esta crisis: en Estados Unidos, la seguridad de los migrantes ya no es un derecho, sino un proyecto comunitario. Es un esfuerzo colectivo que intenta compensar lo que la política abandona.

ALMA y Coquí son, entonces, más que innovaciones: son diagnósticos. Diagnósticos de un sistema que opera como si la vida migrante fuera un detalle administrativo prescindible. Y también diagnósticos de la fuerza de una comunidad que, frente al aparato más poderoso del país, responde con organización, tecnología y solidaridad. Qué tal? Interesante no?...

Mientras no haya una reforma migratoria integral, mientras ICE siga funcionando con amplias discrecionalidades y mientras la retórica política siga alimentando miedo, la comunidad migrante seguirá creando sus propias herramientas para sobrevivir. No porque quiera evadir la ley, sino porque quiere algo que el sistema aún les niega: vivir sin miedo.

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