Volver no siempre es regresar, así la realidad de nuestros paisanos
- Cicuta Noticias

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Por Daniel Lee Vargas
Ciudad de México 22 Diciembre 2025.- Cada diciembre, México se llena de regresos. No aparecen en los informes oficiales ni en los spots institucionales, pero están ahí: en los aeropuertos, en las centrales de autobuses, en las carreteras interminables del norte al sur. Son nuestros paisanos que vuelven. Algunos por unos días. Otros, con la incertidumbre de no saber si podrán cruzar de nuevo. Todos cargando una historia que rara vez cabe en una maleta.
Regresar no es lo mismo que volver a casa. Para millones de mexicanas y mexicanos que han hecho su vida en Estados Unidos, el retorno es un acto emocionalmente complejo: una mezcla de alivio, nostalgia y alerta permanente. Vuelven a abrazar a madres que envejecieron a la distancia, a hijos que aprendieron a decir “papá” por videollamada, a pueblos que los siguen esperando como si el tiempo no hubiera pasado. Pero el país al que regresan ya no es el mismo. Ellos tampoco.
El discurso oficial insiste en llamarlos héroes. Héroes por las remesas, por el sacrificio, por sostener economías locales que el Estado abandonó hace décadas. Sin embargo, esa palabra se vuelve hueca cuando el recibimiento real es la sospecha, el abuso y la extorsión. En los retenes, en las aduanas, en los trayectos “seguros”, muchos paisanos descubren que el riesgo no terminó al cruzar la frontera norte: solo cambió de uniforme.
Volver a México, para muchos, implica aprender de nuevo a cuidarse. A no llamar la atención. A esconder el acento mezclado, el inglés involuntario, la ropa comprada con años de trabajo invisible. Implica asumir que el país que dejaron expulsándolos hoy los celebra solo de palabra, mientras les regatea derechos básicos, protección y respeto.
Hay quienes regresan derrotados por las redadas, por el miedo constante, por políticas migratorias que criminalizan la existencia. Otros vuelven porque el cuerpo ya no resiste más jornadas sin papeles ni seguro médico. Y también están quienes regresan con la esperanza intacta de reconstruir algo aquí: un negocio, una casa, una vida que no dependa del próximo operativo del ICE. A todos ellos se les exige adaptación inmediata, como si la migración no dejara cicatrices.
El regreso del paisano debería ser una prioridad nacional, no una postal de temporada. Debería significar acompañamiento real, garantías de seguridad, oportunidades laborales dignas, y no solo discursos que se agotan el 6 de enero. Porque quien regresa no viene “a pedir”: viene a reencontrarse con un país que también le debe algo.
México se ha acostumbrado a exportar a su gente y a importar remesas. Pero cuando los cuerpos vuelven, el Estado suele hacerse a un lado. No hay política pública que abrace de verdad el retorno, ni una estrategia integral que entienda que migrar y regresar son parte del mismo ciclo de expulsión.
Aun así, nuestros paisanos vuelven. Vuelven por amor, por memoria, por identidad. Vuelven porque, pese a todo, este sigue siendo su lugar en el mundo. Y en ese acto silencioso, profundamente humano, nos recuerdan algo incómodo pero esencial: que ningún país puede llamarse hogar si solo recibe a los suyos cuando le conviene.
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